En la década de los 40, la familia de Renata (la fundadora de la marca) tuvo que dejar inesperadamente su casa en Paiján y mudarse a Lima. Ellos habían vivido desde hace generaciones en la costa norte de Perú, una región conocida por ser el centro de las civilizaciones Mochica y Chimú, culturas que existieron mucho antes de los Incas. La familia siempre atribuiría que fue su herencia cultural lo que después les diera la fuerza y el orgullo necesarios para empezar una nueva vida en la capital.
Como muchos inmigrantes de esa época, el sueño de las cuatro tías abuelas de Renata (Rosa, Emma, Olga y Maura) y el de su abuelo (Amador), era tener una casa en el centro de Lima. Después de muchos años de trabajo arduo la familia logró ver su sueño hecho realidad. Compraron una casa, que se encontraba en la calle Cornelio Borda, al lado del Museo de la Cultura Peruana.
Fue en la casa de Cornelio Borda donde creció el papá de Renata y varios años después Renata y sus hermanas pasaron incontables fines de semana junto a sus tías abuelas. En la casa de Cornelio Borda la tía abuela Rosa tuvo un taller de sastrería y dedicó su vida a hacer prendas hermosas para sus clientes y familia. Fue en Cornelio Borda, donde Renata aprendió a bordar escuchando marineras norteñas y valses, a amar al Perú, a las culturas precolombinas, a las fiestas populares y a todo lo hecho a mano.
La marca honra a las tías abuelas de Renata, mujeres fuertes e independientes amantes de su herencia cultural.